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Nace en la nevada, donde muere el sol, el lecho del río que baña a mi pueblo, se ven sus bajar corriendo, vienen descalzas y no van sufriendo porque van alegres para la tierra mía, alegre llegué yo, como esas aguas de la serranía, a mi terruño que tanto quiero, donde dejé la novia mía. Pero noté que nada había cambiado en mi pueblo, todas las cosas que yo había dejado seguían: el mismo cerro lleno de tristeza, las mismas calles llenas de recuerdos, las mismas torres viejas de la iglesia, dándole bienvenida al forastero. Como es natural yo me pregunté si el amor de mi novia como mi pueblo no había cambiado, salí a buscarla pero no la encontré, la necesitaba desesperado; y una lavandera, que venía del río, me dijo, me dijo que en la orilla la había dejado, y una paloma voló, como mostrando el camino, y en laurel donde se posó, ella tenía su nido y yo encontré mi amor. Mi nido de amor.
La encontré en el río, muy entretenida, dibujando en la arena figuras de amor, cada figura que dibujaba, era como una pena que alejaba de su quinceañero corazón, radiante estaba el día, tan linda se veía mi amor, que una mariposa al ver su belleza, detuvo el vuelo y se volvió una flor. Y hasta los árboles por su presencia vencieron su orgullo, que se inclinaban como por encanto ante su hermosura, y un remolino formado en las aguas, la acariciaba mansamente, y yo fascinado con tanta belleza, me provocó fundirme en el ambiente. En ese momento sorprendida me miró, y su mirada reflejaba, la pureza de un gran amor, me decían sus ojos que todavía me amaban, que no me fuera más de su lado; con mucha alegría entonces comprendí, que el amor de mi novia como mi pueblo no había cambiado, y la paloma voló, con rumbo desconocido, y tal vez fue porque comprendió que la soledad quería y con mi amor. En mi nido de amor.